La tierra gritó.
Grito rotundo de remotas entrañas.
Carnes desgarradas que tragan miserias.
Ojos de horror negro que vagan hacia el fondo.
¿Oyes como grita la tierra, hermano?
No tengas miedo.
No sueltes mi mano.
Mi cuerpo te cubre.
La vida se va en cada grieta
y la muerte se agranda en cada breve minuto.
Breves minutos que serán eternos.
Eternos para ti, para mí, para nuestro pueblo.
Que ya no es pueblo.
Manos de lodo,
bocas de muecas dolorosas,
sangre de lágrimas.
Pero tú no llores.
Entrelaza tus dedos con mis dedos.
Así.
Yo soy tu fuerza.
Cada temblor nos sacude, nos agita.
Cada nuevo grito de la tierra
ensordece el caos.
¿Oyes?
Ya está pasando.
Apenas se oyen ya lamentos ni sollozos;
ni muros que crujen,
ni cristales que se multiplican
en pedazos de desolación.
Ya nadie llama a nadie.
Ya nadie llama a nadie
porque nadie oye.
¿Por qué sueltas mi mano?
¿Por qué se alejan tus dedos?
Ya nadie llama a nadie
porque nadie responde.